Cada imagen es una ofrenda, un pequeño altar levantado sobre la memoria de lo cotidiano. No son simples objetos ni escenas aisladas, sino fragmentos de historias que persisten en el aire, en el barrio, en la calle que todo lo guarda y todo lo gasta.
En estas imágenes hay reliquias de lo popular, de lo marginal, de lo que se reza sin palabras y se recuerda sin monumentos. Hay restos de lo que el tiempo no pudo borrar, porque sigue encendido en el relato, en la imagen, en la memoria.